10 de abril de 2013

... DE OTRA PASTA...

Son las 23:30, nadie por los pasillos del hospital, tan solo estamos mi libro y yo bajo la tenue luz de los fluorescentes que alumbran lo suficiente para poder leer no sin forzar demasiado la vista.
Hoy hace ya una semana que la abuela ingresó en este hospital por la prótesis de su rodilla izquierda y desde aquel día las cosas no han hecho más que ir a peor, todo se ha complicado de tal manera que de algún modo nos preparamos incluso para un desenlace en el que preferimos no pararnos a pensar demasiado, pero que está ahí castigando nuestro ánimo con el paso de las días.
Las páginas de mi libro pasan deprisa, pero empiezo a tener los ojos cansados, esta noche también la paso en la habitación junto a ella, tal y como las otras pasadas nunca la hemos dejado sola, si al final ocurriera lo peor… pienso que todos deseamos arañar a la muerte el máximo de tiempo para estar con ella, no creo que ninguno estemos preparados para una despedida, pero cada cual ensaya a su modo, su particular y personal adiós.
Con tanta emoción dentro de mi cabeza me doy cuenta de que las líneas que leo pasan deprisa pero que apenas presto atención al contenido, dudo si dejarlo y por unos minutos decido cerrar mi libro. Así que marco con un doblez la esquina de la hoja en su margen superior.
Es el momento de tomar un café de máquina, así que me levanto y elijo uno con bastante azúcar, el sabor de los cafés de aquí es amargo, y pienso que un poco más dulce tal vez haga que las cosas se vean de otra forma, algo mejores, pero no es así y acabado el mismo decido volver a sentarme y retomar la lectura, es fácil seguir donde lo dejé, está bien marcada la página con su esquina doblada, así que continúo por el siguiente capítulo.
Se oye un ruido al final del mismo pasillo, alzo la vista del libro y compruebo que debido al cansancio de mis ojos me cuesta unos segundos tener la visión nítida. Una pareja avanza por el pasillo, el paso es lento y arrastrado, lo cierto es que en un hospital a esas horas sorprenderían las prisas. Tras unos segundos más compruebo que se trata de una pareja de avanzada edad, él es alto y delgado y apoya sus huesudos dedos de la mano derecha sobre el hombro de ella… de la otra mano y bien agarrado camina con el sujeta sueros, la imagen me parece graciosa, los dos caminan juntos por aquel pasillo, ella calla y el no deja de hablar, ¡A saber que le estará contando!... pienso, y me río.
Poco después llegan al final del recorrido, él le dice que está cansado y deciden parar unos minutos, así que deciden sentarse y lo hacen justo a mi lado, yo sigo inmerso en mi lectura pero cuando va a sentarse me doy cuenta de que a aquel hombre necesita una mano amiga que lo ayude, sin dudarlo dejo el libro apoyado en mis piernas y con las dos manos le asiento en la butaca de madera. El muy educadamente me da las gracias, yo tan solo le sonrío.
Lo lógico en la mayoría de estos casos es que todo acabara allí, y que yo volviera a recoger mi libro y lo abriera de nuevo. Pero en ese momento aquel hombre me mira y me pregunta porque estoy allí, yo muy amablemente le comento que estoy con mi abuela. Debió darse cuenta de que en ese momento mi semblante tornaba de nuevo a la tristeza porque me preguntó por su estado, me llevo unos segundos pensar la respuesta, no sabía que decir, y es que en estas situaciones nunca se bien cuál es la mejor que puedo dar. Le dije que estaba bien, pero estoy seguro de que no lo creyó.
De repente y sin darme tiempo a pensarlo, me encontraba en medio de una conversación con aquel hombre, la mujer que lo acompañaba se encontraba dos butacas más allá, mantenía su silencio y tan solo escuchaba, me di cuenta de que no le soltaba la mano, aquello se trataba de un gesto más que maravilloso, y desee que algún día yo me encontrara en aquella situación, fuera del hospital pero de la mano con alguien y a esa edad, que más tarde descubrí que era mucha.
Lo cierto es que intenté hablar menos de lo que estaba acostumbrado, prefería escuchar, soy de la opinión de que las personas de avanzada edad tienen mucho que decir, contar y aportarnos a los que casualmente somos más jóvenes, pero normalmente ninguno nos detenemos a hacerlo, ellos cometieron errores en su vida que intentan que de algún modo las nuevas generaciones no cometamos, creo que la mayoría de las veces solo intentan abrirnos los ojos ante la vida, para que esta no nos devore sin darnos cuenta, pero simplemente… decidimos hacer caso omiso y mirar hacia otro lado.
Me habló de todo un poco, de sus años de niño, nació tres años antes de que comenzara la guerra civil, y evidentemente vivió la postguerra, tuvo que vérselas con la España de que aquel entonces, un país sumido en la pobreza, una situación de mal estar que en el medio rural se acentuaba sin duda, y más aún en una región como Castilla, tan seca y hastiada, tan vacía, tan sola.
Todo lo que aquel hombre hablaba, me recordaba a las historias que mi abuela siempre nos contaba en casa y que por suerte, aún sigue relatando como si aún viviera en aquella época… nada que comer, familias con muchos hijos e hijas, la escuela… un lujo que no podían permitirse, trabajar desde los ocho años e incluso antes, frío mucho frío y mucha hambre. El anciano recordaba cuántas veces había tenido que comer las cáscaras de naranja que encontraba por el suelo, todas las tapias que había tenido que saltar para poder robar pollos y huevos de gallina, y todo el esfuerzo que le había costado años después conseguir salir adelante con mujer e hijos, -¡Eran unos años difíciles!- ¡Igual que los de ahora!, pensé yo…
También me habló de su primera mujer, y que había muerto quince años atrás, aquella mujer que lo acompañaba me la presentó como su nueva “novia”, no pude ocultar ni mi sorpresa y mucho menos una carcajada que inundó aquel pasillo a la cual él respondió con otra buena carcajada, hasta el gesto de aquella mujer hasta entonces serio esbozó una sonrisa.
Él explicaba que simplemente la vida es a veces dura e injusta y que tan solo ha intentado siempre adaptarse a la situación, amaba a su mujer por encima de todo, lloró mucho su pérdida pero decidió que debía salir adelante y que no quería hacerlo solo, no quería pasar el mucho o poco tiempo que le restara en la tierra en soledad, así que simplemente buscó, y encontró así a María.
Realmente… disfrutaba de aquel momento, de aquella conversación, tal vez por el tema, tal vez por la situación. No lo sé bien pero hoy lo pienso y creo que alguien envió a aquella extraña pareja para hacer que durante un buen rato (casi dos horas) pensara en otra cosa y me sintiera mejor.
Me contó que el invierno lo pasaban en Benidorm, que el frío de castilla hacía ya años que lo habían abandonado, y solo retornaban a esta tierra cuando volvía el sol y florecían los árboles frutales de su pequeña casita de campo en Segovia. Estaba allí porque había sufrido una caída y tuvieron que traerlo hasta el hospital, nada importante, pero estaba deseando poder volver pronto a pisar la arena fina de la playa.
Pasó un rato muy largo antes de que me diera cuenta de que debía volver a la habitación doscientos diecinueve con mi abuela, así que me despedí de aquella pareja tan especial, deseándoles mucha suerte y que pronto las aguas del Mediterráneo bañaran sus cansados pies.
La noche pasó, conseguí dormir sin más, pensando solo en que todo se arreglaría y que pronto podríamos estar otra vez todos juntos en casa, celebrando buenos momentos con la abuela, y es que si hay algo que ella tiene es… un sentido del humor increíble que empieza a echarse mucho de menos.
Cuando desperté ya no estaba triste, podría decirse incluso que esbozaba una buena sonrisa, confiaba de verdad en que todo se arreglaría.
Estaba sacando un café de la amarga máquina, cuando sonó un pitido, ese sonido que uno consigue aprender de memoria cuando pasa demasiadas horas en un hospital, y al momento una mujer salía de su estancia pidiendo ayuda a gritos, solté el café al instante, pensando que podía tratarse de mi abuela, pero unos segundos después pude comprobar que no era así, aunque estuvo cerca, ya que un tren de enfermeras entraban corriendo en la habitación de al lado, cuando pasó aquel momento me percaté de que tenía el corazón en un puño, pensé -¡Menudo susto!-.
Minutos más tarde, en el pasillo pude ver como sacaban una cama de la habitación, los pasillos de los hospitales son muy estrechos por lo que al pasar a mi lado tuve que pegarme bien a la pared para que pudieran pasar… no podía creer lo que veían mis ojos, e incluso los froté para asegurar la visión.
En aquella cama iba un hombre de avanzada edad, con la mitad de su rostro dañado, el contraste era increíble, pues aquel anciano estaba pálido entero, con sus huesudos dedos agarraba con fuerza la sábana que lo tapaba, fueron los temblores de su cuerpo lo que junto a la expresión de sus ojos me hicieron comprender rápidamente que aquel hombre estaba tan asustado que parecía que la propia muerte había llamado a su puerta preguntando si estaba listo, él simplemente… poseía aquella sábana para ocultarse tras ella.
Allí, tumbado en aquel camastro se encontraba el anciano que la noche anterior radiaba de energía, aquel hombre que me dijo que no tenía nada de qué preocuparme, que podía estar seguro de que los mayores estaban hechos de “Otra pasta”, con dolores y defectos pero duros como rocas.
Me quedé mirando su rostro mientras se alejaba, él se quedó observando mis ojos fijamente, torció la cabeza hacia la izquierda intentando recordar algo de lo que no estaba seguro… pero pienso que, no lo hizo, no pudo reconocerme. Aun así me acerqué y le dije -¡Todo saldrá bien, los mayores estáis hechos de otra pasta”!-, aquel anciano… asintió con orgullo, fue la última vez que le vi.
Momentos más tarde recordaba lo último que me dijo cuándo me despedía de ellos la noche anterior:
-¡Recuerda hijo, los mayores a nuestra edad solo necesitamos dos cosas, “Cariño y Paciencia”, “Cariño y Paciencia”, no lo olvides!, ¡Tu abuela siempre luchará mientras tenga el amor de su familia!-.
Aquellas palabras se grabaron en mi memoria como si quedaran escritas en mi piel por un plumín de hierro ardiente… mi hermana y yo no hemos dejado ni una sola noche sola a nuestra abuela, y a día de hoy se encuentra fuera de peligro, realmente… son de “Otra Pasta”.
¿Qué será de aquel anciano?, me lo pregunto todos los días desde entonces, cada día que paso en el hospital pienso que tal vez me lo cruce por aquel pasillo donde el azar quiso que nuestros caminos se cruzaran aquella noche, aunque prefiero imaginarlo caminando de la mano de su “Nueva Novia”, descalzos los dos caminando por la fina arena de la playa, mientras las cálidas aguas del Mediterráneo bañan sus cansados pies junto a la orilla…
 
 
"Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quién confiar y viejos autores para leer"
Sir Francis Bacon (1561-1626)
 
 
 

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